jueves, 22 de noviembre de 2007

Marseille aime la mer












Marseille aime la mer rezaba una pintada a la entrada de Marsella rumbo al youth hostel con el coche Mariano, Julio y yo. Camino de Marsella formaciones rocosas eran dibujadas con un color extrañ,luego nos comentarían los locales que era debido al viento mistral, pero conformaban un color levemente psicodélico realmente bello.
Depositadas nuestras mochilas en el hostel fuimos parados por la policia francesa que nos hicieron un breve interrogatorio y nos obligaron a mostrar la documentación, de manera arrogante y sin dar ninguna explicación se fueron tras revisar nuestros carnets de identidad.
rumbo al centro de Marsella nos estaba esperando Malen, la amiga francesa con la que conviví en Estonia, fue realmente agradable verla de nuevo, allí nos invitó a cenar a su casa donde nos ofreció generosamente una cena compuesta por arroz con hierbas provenzales con carne embuchada del Pays Basque realmente exquisita y unos quesos típicos de la zona.
Marsella me sorprendió, creo que realmente me enamoró la ciudad más antigua de Francia. Marsella no responde al orden y elegancia que se presupone que tienen sus ciudades, es anárquica, caótica, sin ningún orden, algo sucia, llena de edificios en mal estado de conservación...pero amo las ciudades imperfectas.
Al día siguiente nos fuimos los 4 a Les Calanques, que son unos acantilados alrededor de Marsella de sorprendente belleza. Mientras mis compis se dedicaban a hacer una intrusión por los acantilados me dediqué -debido a mi pánico a las alturas- a contemplar el mar. El mar de la Costa Azul es radiante, de un color azul delicioso que embriaga.
Repusimos fuerzas en un pequeño pueblito llamado Cassis donde comimos pan con anchoas y pan con aceitunas (existen mil tipos de panes increibles por aquellos lares)
Noche en Marsella donde Malen nuevamente nos invitó a su casa a cenar cocinando unos gnoccis exquisitos con más queso francés.
Al día siguiente seguimos disfrutando de Marsella y el encanto de sus calles, fortalezas, sus playas...
Nos levantamos pronto camino de Saint Tropez, allí nos dimos cuenta que empezaba el viaje por el glamour y la jet-set francesa e internacional. Este pueblo es pequeñito pero hermoso, resulta peculiar encontrar entre sus angostas calles tiendas de lujo y restaurantes de grandes cristaleras donde se veía como la gente pudiente comía mariscadas regadas con champaña francesa. Pero nuestro bodadillo a base de queso de cabra envuelto en hojas de castaño y su pan con aceitunas de una boulangerie supieron como la mejor langosta. Es impresionante la gran cantidad de yates lujosos aparcados en sus playas.
De nuevo al coche y rumbo a Cannes, la ciudad del cine Europeo, una ciudad muy coqueta que respira cine por sus 4 costados.
Otro día más y camino a Montecarlo. Fue la ciudad que más me decepcionó. Decir que es una ciudad donde no se puede construir ni un edificio más -no puede crecer más porque la bordean montañas.
Monte-Carlo estaba engalonada con banderas y simbolos patrios debido a su fiesta nacional. Destacar la cantidad de tiendas pijas, cochazos, yates, hoteles caros.
El casco antiguo es muy bonito y el palacio real es destacable.
Mis compis me dijeron que no se podían ir de la ciudad sin entrar en el casino, la verdad es que odio ese tipo de sitios, poco tiempo estuve, me tuve que salir porque no hay sitio que me produzca más odio que esa gente acaudalada gastando el dinero sin razón. Eso sí, el casino es impresionante tanto por fuera como por dentro.
Niza, gran destino turístico por excelencia estaba vacio de turistas, incluso por las 2 tardes que paseabamos por sus delicadas calles se sentía un gran vacío, lo que hacía un placer adentrarse en sus recobecos.
Toda la ruta de la Costa Azul en coche es impresionante, no abandonas en ningún momento el mar de tu lado, cubierto de una fronsosa vegetación que harían suspirar a las constructoras mezquinas que han jodido nuestro país.
Decidimos adentrarnos brevemente en Italia y nos fuimos a San Remo y para no variar de gran belleza, mención espcial la pizza que comimos en un restaurante con sus correspondientes profiteroles que nos hizon saciar el hambre depués de una muchos días comiendo bocadillos tirados en la calle.
Tocaba adentrarse en la Provenza interior, ya sin mucho tiempo recorrimos los campos de viñedos y lavanda desnudos -una pena- y recorrimos Arles, un pueblo con impresionantes vestigios romanos, destacando su circo y finalizando en Avignon con su impresionante castillo Papal, allí tuve la oportunidad de contemplar in situ el puente de avignon que me hizo recordar con gran nostalgia una canción francesa sobre susodicho puente que me cantaba muchísimas noches mi madre al acostarme de pequeño.
Resumiendo, la Provenza me sorprendió mucho más de lo que esperaba, haciendo honor a su nombre -El jardín de Francia- hermosos paisajes, pueblos irresistibles, gente afable (a pesar de no hacernos entender mucho).

1 comentario:

Elisa dijo...

¡Menuda envidia me has dado! Por tus descripciones desde luego tiene que ser muy bonito, y Cannes… todo con ese aura de cine… tomo nota para las próximas vacaciones :p